Una intensa tormenta de arena cubrió varias regiones de Irak entre la noche del lunes y la mañana del martes, sumiendo a siete gobernaciones en una densa niebla anaranjada que provocó más de 3,700 casos de asfixia y obligó a suspender vuelos, cerrar instituciones públicas y reforzar la atención médica de emergencia.
El Ministerio de Salud informó que la mayoría de los afectados fueron atendidos y dados de alta, aunque las cifras muestran la magnitud del fenómeno: Basora registró 1,041 casos, seguida por Muthana (874), Maysan (628), Nayaf (451), Diwaniyah (322) y más de 530 entre Dhi Qar y Basora. Las salas de urgencias se vieron rebasadas por pacientes con complicaciones respiratorias, incluidos numerosos menores de edad.
Las consecuencias se extendieron más allá del sistema de salud. Los aeropuertos internacionales de Nayaf y Basora suspendieron temporalmente sus operaciones por visibilidad inferior a un kilómetro, mientras que en otras zonas se reportaron cortes de electricidad. El gobernador de Basora decretó la suspensión de labores en oficinas gubernamentales durante toda la jornada del martes.
Aunque las tormentas de arena no son ajenas a la región, su frecuencia e intensidad han aumentado en los últimos años. La ONU ha clasificado a Irak como uno de los cinco países más vulnerables al cambio climático, y fenómenos como este ponen en evidencia la grave desertificación causada por la falta de lluvias, la sobreexplotación de recursos hídricos y el alza en las temperaturas extremas.
En 2022, una tormenta similar dejó más de 5,000 hospitalizados y una víctima mortal. Ante esta nueva crisis, la ministra de Medio Ambiente advirtió sobre un posible aumento en los llamados “días de polvo”, si no se implementan de inmediato medidas de mitigación climática. La situación representa un desafío urgente para las autoridades y una alarma sobre los impactos del cambio climático en regiones ya vulnerables.