El dugongo (Dugong dugon) es una de las criaturas más fascinantes y menos conocidas del vasto mundo marino. Este mamífero, que pertenece al orden Sirenia como su pariente el manatí, habita las cálidas aguas del océano Índico y la costa del Pacífico, destacándose por su robusto cuerpo y una agilidad sorprendente a pesar de su gran tamaño, que puede alcanzar los tres metros de longitud y los 400 kilogramos.
Con su piel grisácea y rugosa, y una cola en forma de media luna que le otorga fluidez en sus movimientos, el dugongo se desplaza entre praderas marinas de poca profundidad. Su hocico prensil, rodeado de vibrisas sensibles, le permite alimentarse de vegetación submarina, consumiendo hasta 40 kilos diarios de plantas acuáticas, lo que le ha valido el apodo de “vaca marina”.
El hábitat natural del dugongo, compuesto por arrecifes de coral y lechos de fanerógamas marinas, no solo es fundamental para su alimentación, sino también para su reproducción. Sin embargo, esta especie, que solo tiene crías cada tres o siete años, se enfrenta a múltiples amenazas que han mermado su población. La pérdida de hábitat por el desarrollo costero, la contaminación, las colisiones con embarcaciones y la caza furtiva lo han colocado en una situación vulnerable.
Aunque el dugongo y el manatí pertenecen al mismo orden, sus diferencias son notables. Mientras el dugongo habita en océanos y es exclusivamente herbívoro, el manatí prefiere aguas dulces y ocasionalmente consume peces. Además, la cola bifurcada del dugongo contrasta con la más redondeada del manatí.
El futuro del dugongo depende de los esfuerzos de conservación global, protegiendo sus hábitats y mitigando las amenazas que enfrenta. Si bien es una especie en peligro, con la intervención adecuada, aún es posible asegurar la supervivencia de estos “gigantes gentiles” que enriquecen nuestros océanos.