Desde su aparición en la década de 1990, el llamado "efecto Mozart" ha fascinado tanto al público como a la comunidad científica. La teoría, originada a partir de un estudio publicado en 1993 por Frances H. Rauscher, Gordon L. Shaw y Katherine N. Ky en la revista *Nature*, sugirió que escuchar la música de Wolfgang Amadeus Mozart podría mejorar la inteligencia. Sin embargo, décadas de investigación y análisis neurocientífico han desafiado esta idea, poniendo en duda su validez y su impacto a largo plazo.
El concepto del "efecto Mozart" se basó inicialmente en la idea de que escuchar la Sonata para dos pianos en Re mayor KV 448/375a de Mozart podía aumentar la capacidad cognitiva, particularmente en niños. Esto llevó a la proliferación de grabaciones musicales específicas para bebés y niños pequeños, con la esperanza de que la exposición temprana a la música clásica incrementara su inteligencia. Incluso algunas mujeres embarazadas adoptaron esta práctica, creyendo que beneficiaría el desarrollo cerebral de sus hijos. Pero, ¿qué dicen realmente las investigaciones más recientes?
Desde la perspectiva de la neurociencia, se ha demostrado que, aunque la música puede ofrecer mejoras temporales en tareas específicas, como el razonamiento espacial, estos efectos son de corta duración y no están relacionados con un incremento en el coeficiente intelectual ni con mejoras duraderas en la inteligencia. Las investigaciones sugieren que las mejoras observadas tras escuchar música podrían deberse a un aumento en el estado de ánimo y la excitación, lo que puede influir positivamente en el rendimiento en ciertas tareas, pero sin un impacto significativo en la inteligencia a largo plazo.
Los estudios han mostrado que escuchar música activa varias áreas del cerebro, incluyendo aquellas relacionadas con el procesamiento auditivo, la memoria y las emociones. Esta activación multifactorial puede explicar por qué la música puede mejorar temporalmente el rendimiento cognitivo. Sin embargo, para lograr cambios significativos y duraderos en el cerebro, como los que se observan en músicos, es necesario un compromiso activo, como aprender a tocar un instrumento, en lugar de simplemente escuchar música de manera pasiva.
Un meta-análisis realizado en 2010 por Jakob Pietschnig, Martin Voracek y Anton Formann, que revisó múltiples estudios sobre el tema, concluyó que el impacto de la música de Mozart en el rendimiento cognitivo es pequeño y carece de relevancia a largo plazo. Además, los efectos de la música en la cognición varían ampliamente entre individuos, influenciados por factores como las preferencias personales y el contexto en el que se escucha.
En resumen, aunque no hay evidencia científica sólida que respalde la idea de que escuchar a Mozart pueda aumentar significativamente la inteligencia, la música sigue siendo una herramienta poderosa para la regulación emocional y la reducción del estrés. Aunque es improbable que te haga más inteligente, la música puede enriquecer tu vida de maneras profundas, contribuyendo al bienestar emocional y fortaleciendo la conexión social.