En los primeros siglos del Cristianismo, no había mucha necesidad de representar la maldad en el arte religioso.
Los cristianos creían que los dioses paganos de otras culturas, como el egipcio Bes o el griego Pan, eran demonios responsables por las guerras, las enfermedades y los desastres naturales.
Cientos de años más tarde, cuando el diablo llegó al arte occidental, algunas representaciones incorporaron los atributos físicos de esos dioses, como el vello facial de Bes y las patas de cabra de Pan.
Hay una prolongada tradición de asociar al diablo con los enemigos del Cristianismo dentro y fuera de la Iglesia. Cuando se produjo la división durante la Reforma, tanto católicos como protestantes se acusaron mutuamente de estar influenciados por el diablo.
La propaganda utilizó imaginería juguetona y grotesca para mostrar la corrupción, y convencer a sus propios fieles de la maldad de los contrarios.
Satanás a menudo era representado como un seductor y se consideraba que las mujeres eran particularmente vulnerables a sus encantos.
Aprovechando la tradición de condenar a las mujeres a ser el sexo débil, más dadas a caer en el pecado por ser incapaces de dominar sus deseos carnales, según la superstición de la época.
Cuando la ciencia pudo explicar la muerte, las enfermedades y los desastres naturales, el diablo fue el más amenazado, lo que nos llevó a la pregunta ¿Había cabida para Satanás en un mundo laico?
Siguiendo una larga tradición de identificarlo con enemigos políticos y religiosos, el diablo se usó para ilustrar a la oposición política en caricaturas y sátiras.