Aunque los ríos y arroyos que alimentan los océanos son de agua dulce, el agua marina es salada debido a un proceso natural que involucra la interacción del agua con las rocas terrestres y el fondo del océano. Este fenómeno, que puede parecer contradictorio a simple vista, tiene su origen en la disolución de minerales que son arrastrados hacia el mar, donde se acumulan con el tiempo.
El agua de lluvia, que contiene pequeñas cantidades de dióxido de carbono, forma un ácido débil al caer sobre la tierra. Este agua disuelve minerales y sales de las rocas, que son transportados por ríos y arroyos al océano. Aunque el agua dulce no sabe salada debido a la dilución constante de las sales, el océano actúa como un reservorio donde estas se concentran a lo largo de millones de años.
Además, los respiraderos hidrotermales en el fondo marino contribuyen al proceso. A través de ellos, el agua se calienta con el magma, disolviendo más minerales que luego se incorporan al océano.
El sodio (Na) y el cloruro (Cl) son los principales iones en el agua de mar, responsables del 85% de las sales disueltas. Juntos forman el cloruro de sodio (NaCl), o sal común, que constituye aproximadamente el 3.5% del agua de mar, equivalente a 35 gramos por litro.
Aunque la salinidad varía según la región, su proporción de sodio y cloruro es constante en los océanos de todo el mundo. Zonas cercanas al ecuador y a los polos tienden a tener menor salinidad debido a la precipitación y al derretimiento del hielo, mientras que regiones con alta evaporación, como el Mediterráneo, tienen niveles más elevados.
A pesar de que los ríos aportan anualmente alrededor de cuatro mil millones de toneladas de sal al océano, la salinidad se ha mantenido estable durante 200 millones de años. Esto se debe a procesos naturales que eliminan parte de las sales, como la formación de minerales en el fondo marino y la utilización de estos compuestos por organismos marinos para construir conchas y esqueletos.
Fenómenos similares ocurren en lagos salados, como el mar Muerto o el lago Mono en California, donde la alta evaporación aumenta significativamente la concentración de sal, alcanzando niveles hasta diez veces mayores que los del océano.
La salinidad del mar es un recordatorio del equilibrio dinámico que regula los sistemas naturales de la Tierra. Cada gota de agua salada en el océano cuenta una historia de millones de años de interacción entre la atmósfera, la tierra y la vida marina, moldeando el planeta tal como lo conocemos hoy.