Hace siete años, la noche del 7 de septiembre de 2017, México vivió uno de los terremotos más fuertes registrados en su historia. Con una magnitud de 8.2, el sismo tuvo su epicentro a 133 kilómetros al suroeste de Pijijiapan, Chiapas, y se sintió en gran parte del sur y centro del país, causando un gran impacto tanto por su fuerza como por las luces en el cielo que acompañaron el fenómeno.

El terremoto dejó un saldo de 99 personas fallecidas, 79 de ellas en Oaxaca, 16 en Chiapas y 4 en Tabasco. Además, en los siguientes 15 días se registraron 4,326 réplicas, la mayor de ellas de 6.1 grados. Este evento fue devastador para muchas comunidades, especialmente en Oaxaca y Chiapas, donde gran parte de los daños estructurales y pérdidas humanas se concentraron.

Uno de los fenómenos más comentados de aquel día fue la aparición de luces en el cielo tras el temblor. Videos de los destellos se viralizaron en redes sociales, provocando asombro e incertidumbre. Investigadores de la Universidad Rutgers, en Estados Unidos, más tarde explicaron que estos destellos lumínicos, conocidos como "luces de terremoto", se producen cuando el deslizamiento del suelo en las fallas geológicas genera una carga eléctrica que ilumina el cielo nocturno.

Este sismo fue el primero de dos devastadores terremotos en México ese mes. Doce días después, el 19 de septiembre, el país volvería a ser sacudido por otro movimiento telúrico, esta vez con epicentro en Puebla, reviviendo la memoria del trágico terremoto de 1985.

A siete años de estos eventos, México recuerda la fuerza de la naturaleza y la importancia de estar preparados para enfrentar futuros desastres naturales.