El 3 de noviembre de 1957, la Unión Soviética hizo historia al enviar al espacio al primer ser viviente: Laika, una perrita callejera de Moscú que, sin saberlo, se convertiría en un símbolo de sacrificio en la carrera espacial. El lanzamiento de Laika en el Sputnik 2 fue un logro técnico para la época y un tributo al aniversario de la revolución bolchevique, que impulsó a la Unión Soviética a tomar la delantera frente a Estados Unidos en la exploración espacial.
La misión, sin embargo, tenía un desenlace trágico. Los ingenieros soviéticos no contaban con el tiempo suficiente para desarrollar una nave que pudiera regresar a la Tierra. Laika, seleccionada por su tamaño, carácter dócil y pelaje claro, no sobreviviría al viaje. A pesar de su inminente destino, el físico Vladimir Yazdovsky, uno de los miembros del equipo espacial, llevó a Laika a su casa la noche antes del lanzamiento, dándole una última experiencia como mascota familiar.
En órbita, la canina sufrió un paro cardíaco pocas horas después del despegue, debido al sobrecalentamiento de la cabina y al estrés extremo. Durante años, la Unión Soviética reportó que Laika había sido sacrificada de manera controlada tras días en órbita. Sin embargo, después de la caída de la URSS, se reveló que Laika había agonizado por horas en la cabina sin poder ser asistida.
La misión de Laika marcó un antes y un después en la historia de la ciencia y en los debates éticos sobre el uso de animales en experimentos científicos. En 2008, Rusia le rindió un homenaje con un monumento en Moscú, reconociendo su papel crucial y su sacrificio en nombre de la exploración espacial. Su historia sigue siendo recordada como un símbolo de valentía y reflexión sobre los sacrificios en la búsqueda de conocimiento.