Este sábado, la violencia escaló entre Israel y Hezbollah, tras un devastador bombardeo israelí en Beirut que dejó al menos 37 muertos, incluidos altos mandos del grupo y varias mujeres y niños. La situación se complicó cuando ambos bandos intercambiaron disparos mientras los equipos de rescate buscaban entre los escombros de un edificio de ocho niveles, destruido en un vecindario denso de la capital libanesa.

La ofensiva israelí, que tuvo lugar en la noche del viernes, se dirigió contra un edificio donde se encontraba Ibrahim Akil, comandante de la unidad especial de Hezbollah, Fuerza Radwan. Según el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, este ataque fue un golpe significativo para la cadena de mando del grupo, responsable de numerosas muertes de israelíes.

Las autoridades israelíes están en alerta ante un posible aumento de ataques con cohetes por parte de Hezbollah, implementando nuevas restricciones en las reuniones y cancelando clases en algunas comunidades cercanas a la frontera con Líbano.

El ataque ha sido calificado como el más mortal en Beirut desde la guerra de 2006, con un número de víctimas que podría aumentar, ya que 23 personas siguen desaparecidas. La respuesta de Hezbollah no se ha hecho esperar, con informes de bajas entre sus filas y el lanzamiento de unos 90 cohetes hacia el norte de Israel.

En medio de esta creciente tensión, la Casa Blanca ha apoyado la operación israelí, destacando que la muerte de Akil era un “buen resultado”, dado su historial de violencia y su papel en el atentado contra la embajada estadounidense en 1983. Las autoridades israelíes han intensificado su presencia militar en la frontera, sugiriendo que un conflicto a gran escala podría estar en el horizonte.