En la Rumanía Medieval, existía un territorio designado como Valaquia que era gobernado por un príncipe llamado Vlad III Draculea, que había vivido en el siglo XV y se había hecho célebre por su crueldad y sangre fría.
La fortuna del sobrenombre de Drácula se debe a una confusión. Su padre, el príncipe Vlad II de Valaquia, había ingresado en 1428 en la Orden del Dragón, por ello fue conocido en adelante como Vlad Dracul, mientras que a su hijo se le llamó Vlad Draculea, esto es, hijo de Dracul.
Sin embargo, en la mitología rumana la figura del dragón no existía y el término “dracul” designaba al diablo, con lo que Vlad III pasó a ser en rumano “el hijo del diablo”.
En un episodio discutido por historiadores, Vlad III —en represalia por el apoyo a sus enemigos— saqueó las aldeas sajonas en el reino vecino, Transilvania, capturó a sus opositores, los llevó a Valaquia y ahí los hizo empalar.
El empalamiento era una tortura aterradora: al condenado se le maniataba y se le insertaba una estaca sin punta en el recto y ésta se clavaba en el piso, de modo que la gravedad y el propio peso del empalado hicieran que la estaca atravesara y desplazara los órganos internos. Se dice que el dolor y la agonía podían prolongarse durante días.
Crónicas de la época refieren que Vlad disfrutaba de practicar esta tortura y que, incluso, acostumbraba cenar en medio de los condenados y de los cadáveres de sus rivales.
Algunos biógrafos, sin embargo, se oponen a esta versión y sostienen que todo se debió a una campaña germana de desprestigio contra el príncipe, el cual se perpetuó en los libros de historia.