La Esfinge es ese coloso de piedra con cuerpo de león y cabeza humana que se puede ver en la meseta de Guiza, junto al templo del valle del faraón Kefrén. 

La gigantesca estatua era tan bella y asombrosa que poco a poco fue convirtiéndose en la mente de los egipcios en una representación de uno de sus dioses principales, Horus el del Horizonte. 

Pasó de ser un guardián a convertirse en una deidad. Tan importante se hizo, que algunos faraones utilizaron el espacio existente entre sus patas delanteras para colocar una estela y un altar. 

Los siglos pasaron y el monumento seguía llamando la atención de todos cuantos iban a ver las pirámides, aunque no siempre podían verla, puesto que como la Esfinge se encuentra en una especie de hondonada, la arena del desierto se acumula a su alrededor con mucha facilidad, dejando sólo la cabeza visible. 

Eso no impidió que sufriera daños, y primero los griegos y luego los romanos restauraron el monumento. 

No todos los gobernantes de Egipto fueron tan cuidadosos con él. Por ejemplo, los soldados de los sultanes otomanos utilizaron su nariz para hacer prácticas de puntería con un cañón. 

Hoy en día el patio y los alrededores de la Esfinge sólo son accesibles con un permiso especial, pero es posible verla desde los laterales y la calzada de acceso de la pirámide de Kefrén, y continúa imponiendo su majestuosidad arquitectónica como en la era de los faraones.