En la Inglaterra del siglo XVII, la Navidad, hoy símbolo universal de alegría y unión, fue objeto de una de las prohibiciones más insólitas de la historia. En 1647, bajo el liderazgo de los puritanos en el Parlamento, la festividad fue declarada ilegal, desatando una ola de revueltas que puso en jaque al gobierno.
El Parlamento puritano, que buscaba purificar la Iglesia de Inglaterra y eliminar prácticas consideradas paganas, decretó que el 25 de diciembre no sería un día festivo, sino laborable. Argumentaban que la fecha carecía de fundamento bíblico y que las celebraciones populares, que incluían banquetes, teatro y villancicos, eran incompatibles con los valores cristianos que promovían.
Los puritanos también prohibieron servicios religiosos navideños, ordenaron el desmantelamiento de decoraciones tradicionales como el acebo y persiguieron a quienes intentaban celebrar en secreto.
El 25 de diciembre de 1647, en Canterbury, a 100 kilómetros de Londres, un incidente aparentemente menor encendió la chispa de una rebelión. El arresto de un comerciante que cerró su tienda para celebrar Navidad enfureció a la comunidad local. En respuesta, los habitantes se enfrentaron al alcalde William Bridge, saquearon tiendas abiertas y tomaron control de la ciudad, incluyendo un almacén de pólvora.
En un acto de desafío, los residentes adornaron las calles con acebo, una tradición navideña, convirtiendo un símbolo festivo en un emblema de resistencia.
Las protestas no se limitaron a Canterbury. En ciudades como Norwich y Ipswich, la indignación popular derivó en disturbios, con multitudes obligando a los comerciantes a cerrar sus negocios. Las publicaciones satíricas como *The World Turned Upside Down* y *A Vindication of Christmas* se sumaron a la resistencia, ridiculizando los esfuerzos puritanos por eliminar una tradición profundamente arraigada.
Aunque la prohibición permaneció durante el gobierno de Oliver Cromwell, quien asumió el liderazgo en 1653, su muerte en 1658 marcó el comienzo del fin de las políticas puritanas. Con la restauración de la monarquía en 1660 y el ascenso al trono de Carlos II, la Navidad fue reinstaurada.
Las celebraciones volvieron con fuerza, adornando iglesias con acebo, reviviendo los banquetes y restaurando el espíritu festivo que había definido a esta fecha. Samuel Pepys, en su famoso diario, narró con entusiasmo la Navidad de 1660, testificando el retorno triunfal de las tradiciones.
A pesar de los esfuerzos puritanos por erradicarla, la Navidad sobrevivió como un símbolo de unión cultural y espiritual. Este episodio histórico no solo subraya la capacidad de la tradición para resistir embates políticos y religiosos, sino que también demuestra cómo la fuerza del pueblo puede preservar aquello que da sentido a su identidad colectiva.