En el 2011, David Steven se ofreció generosamente para donar un riñón a su jefa, Jacky, quien estaba gravemente enferma y necesitaba urgentemente un trasplante.
Debby, la asistente de Jacky durante casi dos años, tomó la decisión altruista para salvar la vida de su superior.
Aunque inicialmente su riñón no era compatible, gracias a su acto de altruismo, recibió un riñón compatible que aseguró el éxito del trasplante.
Sin embargo, la gratitud esperada por parte de Jacky no llegó. En lugar de agradecer personalmente a Debby, comenzó a tratarla de manera hostil y la presionó para que regresara al trabajo apenas días después de la cirugía, a pesar de que Debby aún se recuperaba y experimentaba dolor.
La situación empeoró cuando Debby se sintió enferma y necesitó descansar en casa, momento en el cual Jacky la llamó para reprocharle por faltar al trabajo debido a “problemas personales”.
Posteriormente, Jacky hizo la vida laboral de Debby insoportable, criticándola constantemente y gritándole frente a sus compañeros.
Finalmente, la empresa decidió despedir a Debby, quien no se quedó de brazos cruzados y los demandó por una suma considerable de 15 millones de dólares. Hasta el momento, parece que la compensación nunca llegó.
Este caso plantea interrogantes sobre la ética en el lugar de trabajo y el tratamiento justo hacia quienes muestran actos de extrema generosidad, como la donación de órganos.