Robbinroger Beever tenía 15 años, cuando encontró en 1967 una botella de whisky con un mensaje dentro, mientras caminaba por una playa cerca de la capital de Liberia, donde su padre trabajaba como diplomático en la Embajada de EE.UU.
"Tiré esta botella desde un barco de la marina mercante que pasaba cerca del ecuador, cerca de África central. Mi nombre es Gösta Martensson, soy de la marina mercante sueca", rezaba la carta, fechada en 1965.
El joven respondió con entusiasmo, presentándose a sí mismo como un adolescente estadounidense, uno de los dos hijos de un padre británico-estadounidense y una madre austro-húngara-dálmata de Trieste, Italia, y explicó a Martensson cómo había tropezado con la botella. "Soy el tipo de persona que siente mucha curiosidad por saber qué puede aportar el océano a las personas que tienen los ojos abiertos", afirmó la pasada semana a CNN Travel.
Por su parte, Martensson estaba encantado de que su carta hubiera llegado a un destinatario, pero tenía poco más de 20 años y pensó que no era el amigo por correspondencia ideal para un adolescente, por lo que contó la historia a su cuñada, Saija Kuparinen –que tenía 14 años y vivía en Finlandia–, quien se animó a escribir a Beever, indica RT.
De este modo comenzó su amistad, que ya dura casi 55 años. A pesar de que más tarde ambos se graduaron, Beever nunca estuvo en un solo lugar por mucho tiempo y no todas las cartas llegaron con éxito al destinatario, ambos perseveraron hasta encontrar la dirección correcta, manteniendo el contacto. "Nuestra amistad nunca se detuvo, ni siquiera cuando tuve mi vida con mi hija y mi marido", subrayó la mujer. "Llevamos casi 55 años escribiéndonos, desde que éramos adolescentes risueños hasta que nos convertimos en adultos responsables", agregó.
En el 2003, los amigos se conocieron en persona, en el aeropuerto de Helsinki, donde le recibió con su marido y su hija. "Me invitó a entrar y me dijo: 'Rob, me alegro de que estés aquí'", recordó el hombre. "Tomamos un café y un pastel, y las cosas mejoraron mucho después".
Mientras, Kuparinen señaló que realmente no creía que su amigo la visitaría hasta que lo vio y agregó que hablar en persona resultó tan natural como durante sus años de comunicación por carta. "Fue como si hubiéramos estado hablando todo el tiempo. Éramos amigos muy especiales", dijo.
En los últimos años, los dos amigos se han pasado a las videollamadas y al correo electrónico, aunque todavía se envían ocasionalmente cartas. "Creo que se ha perdido y ganado algo al mismo tiempo", declaró Beever. "No hay nada más emocionante que recibir una carta en un sobre precioso, bien doblado, con pájaros y flores, y abrirla", explicó.
El año pasado, mientras permanecía confinado a causa de la pandemia, Beever, que actualmente reside en Alemania, empezó a ordenar los montones de cartas, postales y recuerdos, almacenados en su garaje. "Miro las direcciones y leo las cosas que hicimos hace 40 años, ella en Finlandia y yo en uno de una docena de países en los que estuve, y es algo que realmente disfruto", concluyó.